Devolver la política a la sociedad: el 40% se abstuvo, no sin razón

Lo que temíamos y esperábamos que ocurriera ha ocurrido: en Italia, donde el antifascismo está inscrito en la Constitución, ha ganado Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni, que no se autodenomina fascista porque hacerlo sería ilegal, pero que no pierde ninguna oportunidad de demostrar que lo es.

No se trata solo del símbolo de su partido, en el que aparece intencionadamente la histórica llama tricolor, sino los lazos que subraya repetidamente con todas las organizaciones similares que circulan por Europa, desde la de Marine Le Pen hasta la española VOX, pasando por los gobiernos húngaro y polaco. No es que el total de votos de la derecha haya crecido, pero no deja de ser peligroso que Meloni haya absorbido casi cinco millones de votos de quienes hace sólo cinco años habían votado a la Lega o a Berlusconi, cuyas fuerzas se han convertido ya en marginales.

Ahora Meloni ha ganado y el presidente Mattarella está obligado a confiarle la tarea de formar el próximo gobierno, cuyas políticas, sin embargo, no serán en esencia muy diferentes de las de Draghi. La globalización neoliberal ya no es una opción que puedan tomar los gobiernos nacionales; hace tiempo que la deciden los grandes grupos financieros en el mercado internacional, y los gobiernos nacionales sólo pueden decidir los detalles. En cualquier caso, Meloni ya ha declarado su fidelidad a la OTAN y Draghi trabaja ahora con ella para sacar lo mejor de la UE. También intentará hacer creer que ha habido un giro político. Lo peor de todo es que su gobierno tendrá impacto en el área de los derechos civiles, la persecución de los inmigrantes, los derechos de las mujeres, el aborto, los derechos LGTBIQ, la educación, etc.

Pero lo más preocupante es el desprecio a la democracia, la ilusión que se transmite a las víctimas del sistema de que si se elimina la "cháchara" de la política y ponemos nuestra confianza en una mano fuerte todos los problemas se resolverán.

Hago hincapié en este aspecto de nuestro futuro gobierno porque no podemos explicar el pensamiento de los italianos si nos centramos sólo en el antifascismo tradicional, descuidando el núcleo de clase del contexto político actual, un error cometido en la campaña electoral del PD (que fue el verdadero perdedor, lo que llevó al anuncio de Letta de que dimitirá) preocupado por no asustar a los grupos centristas con los que pretendía aliarse hasta el final -y rompiendo así con el Movimiento 5 Estrellas que, por el contrario, recuperó gran parte de su gran electorado de hace cinco años, alcanzando el tercer puesto con el 15 3%, justo por debajo del PD. Ganó sobre todo en el Sur, sobre la base de su buen programa social. En los últimos años, este movimiento, nacido como protesta "contra la política", definiéndose "ni de derechas ni de izquierdas", acabó gobernando, lo que supuso una experiencia tormentosa que le llevó a madurar y a marginar a su ala más ambigua. Hoy está claramente alineado -aunque con una cultura que no es ciertamente de izquierda tradicional- con el bloque de las izquierdas. No es casualidad que haya cosechado muchos votos de quienes querían condenar la decisión del PD de no incluirlos en el "frente amplio antifascista".

Sobre todo, ahora hay un objetivo urgente que también es posible: el dato más significativo de estas elecciones, al que nadie ha prestado atención, es que casi el 40% de los italianos (un 9% más que la última vez) no acudió a las urnas. En particular, los jóvenes. No porque estén despolitizados, sino porque no les interesa un debate político institucional tan alejado de lo que consideran importante: el cambio histórico que se avecina debido a la amenaza ecológica, pero no sólo, de la que ningún ministro se ocupa. (Se ha calculado que sólo el 0,5% del tiempo de los discursos de la campaña electoral se dedicó a esta cuestión).

Reconstruir la izquierda italiana es posible, pero es algo que requerirá mucho tiempo. No consiste en copiar el proyecto "melenchoniano", porque no basta con juntar pedacitos de partidos derrotados como se hizo en Francia. (¿Habría sido posible si Francia no hubiera experimentado la ambigua pero poderosa sacudida de la rebelión de los Chalecos Amarillos?) Es posible relanzar la izquierda, incluso trayendo consigo una parte del patrimonio cultural y de la experiencia que no debe ser desechada. Pero hay que partir de la sociedad, reconstruyendo una red de comunidades y proyectos, sin pretender que podamos volver a los grandes años de la posguerra, cuando era posible el “pacto social” que permitía una relativa redistribución de los recursos e importantes reformas que a estas alturas se han erosionado en todas partes (como en Suecia). Ahora, o nos enfrentamos al núcleo mismo de nuestro sistema de producción, consumo y vida -lo que requiere una verdadera revolución- o las puertas estarás abiertas de par en par a la violencia que inevitablemente produce una injusticia manifiestamente insostenible. Este es el principal terreno en el que tendremos que luchar. Los 18 diputados y senadores que tenemos ahora a través de la lista Verdi – Sinistra Italiana nos ayudarán, sin duda, pero la tarea principal es reconquistar la sociedad.

Unione Popolare (compuesta por Rifondazione Comunista, Potere al Popolo, Dema, Manifesta y otros grupos) no consiguió entrar en el Parlamento, como era previsible debido a la terrible ley electoral que ha hecho necesarias las llamadas “alianzas técnicas”. (A veces hay que aceptar un pequeño compromiso, que en estas elecciones ha merecido la pena, ya que no ha exigido a Sinistra Italiana ninguna concesión política. De lo contrario, la izquierda habría desaparecido por completo del Parlamento, lo que habría tenido un impacto simbólico muy negativo).

La "revolución obligatoria" que ahora está a la orden del día se llama "decrecimiento", que no es (como nos quieren hacer creer nuestros dinosaurios) una vuelta a la Edad Media de la austeridad, sino la conquista de otro tipo de felicidad. (Un profesor de la Universidad de Tokio ha publicado recientemente un libro titulado “El capital en el antropoceno”, que habla precisamente de lo que podría ser la felicidad que no se basa en el consumo obsesivo de productos superfluos. Se convirtió en un bestseller en Japón, batiendo todos los récords con 500.000 ejemplares vendidos. Una encuesta ha demostrado que casi todos sus lectores son jóvenes).

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