En estos momentos Europa está gobernada por un estado de emergencia  permanente: guardias fronterizos separan a las personas inmigrantes que  llegan cada día a las fronteras externas bajo un criterio cada vez más  duro. Controlando documentación de forma indiscriminada y aumentando las  medidas securitarias contra residentes de las periferias urbanas.  Crecen los discursos nacionalistas y racistas. Políticas que, de todas  formas, no son nuevas en el capitalismo tal y como lo conocemos: el  estado de emergencia institucional y social ha sido durante años una  parte esencial de la austeridad europea y de su régimen migratorio.  Migrantes, refugiadas, paradas, precarias y trabajadoras industriales  están viviendo en un estado de profunda crisis social: los derechos  laborales están siendo brutalmente atacados, el estado de bienestar está  siendo desmantelado y las fronteras se usan, de forma simultánea, como  una herramienta de exclusión, inclusión selectiva y explotación. Hoy en  día, Europa se rige por un «nosotras» y «ellas». La oposición no es  entre democracia y barbarie, sino entre aquellas personas que son  explotadas y quienes llevan a cabo esta explotación, entre aquellas que  se trasladan en busca de una vida mejor y quienes organizan muros,  vallas y fronteras. Éste es el «estado de emergencia» con el que  queremos acabar. El 1º de marzo mostraremos con nuestra práctica que es  posible superar jerarquías y divisiones estando unidas junto a las  personas migrantes en una lucha común.
 Queremos decirlo alto y claro: el régimen fronterizo no es sólo un  problema de migrantes, sino que nos afecta a todas nosotras. A través de  la movilidad, las migrantes rechazan por un lado la guerra y la  explotación, y por otro desafían a las medidas de austeridad, a la  precarización y al racismo institucional. A través de la movilidad la  migrantes están construyendo una nueva Europa. Las instituciones de la  UE tratan de controlar esta movilidad para sacar beneficio de la  situación: bajando sueldos, desmantelando los derechos laborales y el  estado de bienestar, y acabando con la misma posibilidad de organizarse  contra la explotación generalizada. Incluso la distinción entre  migrantes por motivos económicos o buenas y falsas refugiadas es una  herramienta poderosa usada para fragmentar y debilitar la solidaridad.  Ahora mismo, todas las que viven/vivimos en Europa están/estamos  experimentando lo que significa el trabajo migrante: la ciudadanía no  garantiza beneficios del estado de bienestar adecuados, un puesto  laboral no garantiza un salario suficiente, el trabajo no conlleva una  vida mejor. Migrantes internas, a pesar de tener la ciudadanía europea,  pueden ser tratadas como «turistas sociales», denegándoseles sus  derechos sociales y siendo «expulsadas» del país si no son consideradas  aptas para un empleo, si no trabajan lo suficiente o si están sin  papeles. La ciudadanía comunitaria se convierte así en un laboratorio  para la experimentación de nuevas políticas asistenciales que ligan  cualquier derecho social a la capacidad de inserción laboral y a un  trabajo remunerado. Esto convierte las luchas migratorias en un asunto  central para todas.
 Si queremos acabar con este estado de emergencia, tenemos que  transformar la increíble solidaridad mostrada por los movimientos de  migrantes en toda Europa en los pasados meses en una conexión política  concreta entre diferentes condiciones laborales; tenemos que reconocer  que las «políticas de bienvenida» afectan a la vivienda, a los sueldos y  a los ingresos de todas las trabajadoras. Si queremos luchar contra la  austeridad, tenemos que establecer canales de comunicación firmes entre  aquellas que trabajan en las mismas cadenas transnacionales de  explotación bajo diferentes condiciones salariales, y construir la  posibilidad de interrumpir la producción de beneficios. Si queremos  oponernos a todo nacionalismo o política conservadora, entonces tenemos  que reconocer que el trabajo de las personas migrantes nos concierne a  todas. Lo que necesitamos es una huelga social transnacional. La huelga  es transnacional y social cuando es capaz de cruzar las fronteras  establecidas de activismo y sindicalismo, países y sectores,  extendiéndose a través de la sociedad y puestos de trabajos alejados de  las formas tradicionales de organización, abordando las condiciones  políticas de explotación y las cuestiones sociales. Lo que necesitamos  es recuperar la huelga como arma de insubordinación. El primer paso en  esta dirección es estar ahora junto a las migrantes luchando contra las  divisiones en los puestos laborales y contra esas leyes que refuerzan  esta explotación en toda Europa y nos debilitan a todas nosotras.
 Por estas razones hacemos un llamamiento a todas las trabajadoras  precarias, migrantes y refugiadas, activistas, grupos autónomos y  sindicatos para hacer del 1º de marzo de 2016 un día de acciones  descentralizadas y coordinadas y de huelga, dirigida a la interrupción  de la producción y la reproducción, enlazando diferentes condiciones  laborales, visibilizando situaciones ocultas de explotación, apuntando  al régimen fronterizo y las instituciones que gobiernan la movilidad y  la precariedad. El pasado 1 de marzo de 2010, tras un llamamiento desde  Francia para organizar «24 horas sin nosotras» las migrantes, se  organizó en Italia una huelga política en todo el país contra la ley de  inmigración que estaba siendo organizada por una gran coalición. Desde  ese día, tomamos la fuerza del trabajo migrante y su capacidad de ser el  punto de conexión entre diferentes lugares y condiciones. El 1º de  marzo queremos recuperar la idea de la huelga migrante y extenderla a  todas las figuras sociales que están sufriendo las medidas de austeridad  y el régimen fronterizo actual, pues sólo creando un gran frente social  podremos tener la fuerza para luchar por nuestros derechos. Sea el 1 de  marzo de 2016 el día en el que tomemos una postura clara contra un  gobierno de movilidad que produce precariedad para todas. Un día en el  que encontrar demandas comunes. Estas demandas pueden ser un sueldo  mínimo europeo, una renta básica europea, un estado de bienestar basado  en la residencia, y un permiso de residencia independiente de contratos  laborales o niveles de ingresos. Desde las periferias abandonadas hasta  los centros de las ciudades, desde las fábricas a los lugares de trabajo  dispersos, por todas las trabajadoras precarias empezando por el  trabajo migrante, hacia una poderosa y amplia huelga social  transnacional. No tenemos una identidad ni un pasado que defender,  simplemente un proceso abierto con el que asaltar el presente.