Hay una creciente confianza entre los trabajadores para hacer frente a los ataques a los que se enfrentan por parte del gobierno y la patronal. Hacía mucho tiempo que no veíamos esta determinación para contraatacar.
Durante más de 40 años, desde la aparición del neoliberalismo de Margaret Thatcher, el movimiento sindical británico estuvo a la defensiva, sufriendo una serie de importantes derrotas. La más devastadora fue la Gran Huelga de Mineros de 1984/85, que acabó con la vuelta al trabajo de los mineros y el posterior cierre de las minas. Thatcher introdujo una serie de leyes anti-sindicales que limitaron la movilización colectiva y prohibieron los piquetes y la acción solidaria de los sindicatos. La afiliación sindical se ha reducido a la mitad, de 12,6 millones en 1979, cuando Thatcher llegó al poder, a poco más de 6 millones en la actualidad. Sólo un pequeño porcentaje de los trabajadores de las empresas privadas están sindicados.
Ahora, en medio de la terrible crisis del coste de la vida alimentada por la inflación, que está empujando a millones de personas a la pobreza y haciéndolas dependientes de los bancos de alimentos, los sindicatos están luchando y exigiendo que los aumentos salariales sigan el ritmo de la inflación, así como que se protejan los derechos y las condiciones de trabajo.
Actualmente hay conflictos en los ferrocarriles, en correos, en los muelles, y otros grupos de trabajadores -incluidos cientos de miles de trabajadores de la sanidad y la educación- se están preparando para entrar en acción. Los trabajadores están decididos a defender sus salarios y condiciones mediante la huelga, y esa determinación ha encontrado su reflejo en una serie de dirigentes sindicales: Sharon Graham, Secretaria General de Unite; Mick Lynch, del RMT (Sindicato Nacional de Trabajadores Ferroviarios, Marítimos y del Transporte), y Dave Ward, de Correos, han dado voz a estas luchas.
Lo que también es nuevo es el amplio apoyo que estas huelgas han generado entre el público en general. A pesar de los repetidos intentos de los medios de comunicación y de la clase dirigente de demonizar estas luchas, las encuestas muestran un apoyo mayoritario de la población a las movilizaciones sindicales. En este momento, a pesar de las amenazas del gobierno de ilegalizar las huelgas y de la negativa del Partido Laborista a apoyarlas, el ambiente es cada vez más combativo y la demanda de acción se está extendiendo a otros grupos de trabajadores.
Además, los huelguistas reconocen que, para ser realmente eficaces, las acciones deben estar vinculadas entre sí. Algunos sindicatos se están agrupando y están coordinando las huelgas. Ya vimos los primeros frutos en la jornada del 1 de octubre. Esta solidaridad intersindical no se veía desde los años setenta.
Paralelamente a la acción de los sindicatos organizados, se están llevando a cabo una serie de huelgas salvajes/no oficiales en todo el país. Se trata de trabajadores no sindicados de la industria privada que empiezan a mostrar su fuerza: Mitsubishi en Teesside; la refinería de petróleo Grangemouth de Ineos; la central eléctrica de Lynemouth y en docenas de otros lugares de trabajo, incluidos muchos almacenes de Amazon.
En la jornada del 1 de octubre, casi 200.000 trabajadores de correos y ferrocarriles hicieron huelga. Al mismo tiempo, el movimiento ecologista se movilizó, por iniciativa de Just Stop Oil, para solidarizarse con los sindicatos y luchar contra la emergencia climática. Así, por primera vez en muchos años, y a pesar de las draconianas leyes sindicales que siguen encadenando toda huelga, se está debatiendo seriamente una huelga general y un programa para el cambio político.
Junto a las huelgas, varios sindicatos han expresado su determinación de defender a la clase en su conjunto. Se han lanzado varias campañas para oponerse a la crisis del coste de la vida; la más eficaz ha sido la campaña "Basta ya". Su objetivo es reunir a todos los que deseen luchar en torno a un programa de avance social y político. Sus cinco reivindicaciones son: aumento salarial real, bajada de la factura energética, fin de la pobreza alimentaria, viviendas dignas para todos e impuestos a los ricos. Estas reivindicaciones han calado hondo. Apenas llevan unas semanas en marcha, pero ya han firmado más de 800.000 personas para apoyar estos objetivos. La campaña ha reunido a sindicatos combativos, grupos comunitarios, activistas de la vivienda y a dos de los diputados laboristas más a la izquierda, Zarah Sultana e Ian Byrne. También cuenta con el apoyo de Jeremy Corbyn, antiguo líder del Partido Laborista, que ahora ha sido destituido como diputado laborista por la actual dirección del partido. Sin embargo, Corbyn sigue siendo enormemente popular en la izquierda y, en particular, entre los jóvenes. Casi 200.000 personas han abandonado el Partido Laborista desde que Corbyn perdió el liderazgo. Muchos de ellos forman parte de la base masiva de apoyo al movimiento "Basta ya".
La nueva campaña ha movilizado a decenas de miles de personas en mítines por todo el país y el día de la huelga masiva se organizaron manifestaciones y piquetes en más de 50 pueblos y ciudades. Se trata de una situación nueva en la vida política británica.
El actual gobierno tory, ahora bajo su nuevo líder Rishi Sunak, es económicamente el más derechista de Europa. Es un gobierno decidido a representar a los oligarcas y al capital financiero. Su programa es la liberalización de la economía, la destrucción de los derechos de los trabajadores, la destrucción de las protecciones medioambientales, los ataques a los refugiados y la privatización de la sanidad.
Intenta implementar políticas que harían sonrojar a Meloni y Le Pen. Sin embargo, se trata de un gobierno en una desesperada situación de crisis y profundamente dividido. Lleva sólo unas semanas en el poder y su presupuesto, que pretendía reducir los impuestos a los ricos, casi acaba con el mercado de las pensiones. En sí misma, esta debacle sugiere la fragilidad del sistema en su conjunto, la crisis a la que se enfrenta el capitalismo británico no es exclusiva de este país.
La predecesora de Sunak, Liz Truss, sólo duró unas semanas en el cargo y su presupuesto estuvo a punto de provocar el colapso del sistema de pensiones. Como consecuencia, Truss se vio obligada a dimitir el 20 de octubre. El Partido Laborista se ha movido bruscamente a la derecha y ha abandonado la mayor parte del manifiesto de Corbyn de 2019 por un programa “pro-empresa, una nación”. Aquellos de la izquierda que no han abandonado el partido disgustados han sido silenciados y los que siguen hablando claro sobre temas conflictivos, como el apoyo incondicional de los laboristas a la OTAN, están siendo expulsados. No hay ninguna posibilidad de que la izquierda recupere el liderazgo del partido en un plazo razonable.
El Partido Laborista se enfrentará muy pronto a un serio desafío por parte de los sindicatos en lucha y del movimiento social más amplio que están ayudando a construir. Esta nueva alianza, que también incluye las campañas contra el cambio climático y la destrucción del medio ambiente, es el nuevo actor social que crece en fuerza y confianza a medida que se agrava la crisis. Tiene el potencial de desempeñar un papel transformador a medida que la crisis se intensifica.