¿Cómo podemos ser más conscientes de nuestro lenguaje con respecto a los refugiados y migrantes?
Hace unas semanas se publicó una petición para nombrar la expresión “Crisis de refugiados“ (Acerca del concepto “Flüchtling“ (refugiado en alemán) más adelante) como la expresión odiosa del año. Yo apoyo esta petición en su contenido, aunque ya haya sido elegida la expresión odiosa del año.
La importancia que tiene hablar sobre los conceptos que utilizamos para los temas de migración demuestra esta expresión “crisis de refugiados”:
Primero, el hecho de asumir la idea de que el aumento (tampoco tan enorme) de los movimientos migratorios hacia Europa representa una crisis, es un argumento que favorece a todos aquellos que siempre han hablado de los refugiados y migrantes con una connotación negativa. La aceptación irreflexiva de una expresión es, en todo caso, la aceptación implícita de un discurso que discrimina a los migrantes y que habla de la superioridad de una raza y cultura (los “nativos” / “patriotas” y su “patria”) frente a la inferioridad de los otros (personas que representan un problema por el simple hecho de su existencia).
Segundo, la atribución de que los movimientos migratorios son una crisis naturaliza la idea de que la migración es algo incontrolable, pasivo, como una fuerza de la naturaleza, a la que sólo se puede reaccionar. Lo mismo es aplicable a conceptos problemáticos como “ola” “corriente” y otros que se utilizan en el debate público para referirse a los refugiados. Esa naturalización oculta el papel activo que juega Europa en la generación de las causas migratorias, tanto a nivel económico como geopolítico. Igualmente oculta cómo los regímenes fronterizos y los discursos públicos obstaculizan activamente la migración y hacen imposible una cultura y una política inclusiva.
Tercero, es importante ver cómo diferenciamos entre refugiados y migrantes. Debido al enfoque en la diferencia legal entre las dos categorías reproducimos y reforzamos el concepto de migrantes “aceptables” e “inaceptables” – es decir, que las personas que huyen de las guerras y la persecución son migrantes “legítimos”. Pero a aquellos que huyen de las injusticias socioeconómicas o debido a otras razones o que sólo buscan mejores oportunidades se les clasifica en este discurso como “ilegítimos”.
No quiero cuestionar aquí los derechos y compromisos establecidos por la Convención de Refugiados en Ginebra – más bien quiero hacer ver la legitimidad social de una amplia gama de razones para migrar.
Además debemos hablar del concepto alemán para refugiados “Flüchtling” (el sufijo “-ling” es un diminutivo jerarquizado y apenas existen palabras con una connotación positiva con este sufijo) y sin darnos cuenta participamos de un discurso – reproducido diariamente – que es responsable del establecimiento de las fronteras, tanto físicas como imaginarias alrededor de Europa.
Si nos importa la inclusión, una Europa sin fronteras, si queremos ser conscientes de nuestros privilegios y nuestras responsabilidades por la política europea injusta – y a veces asesina –debemos incluir en nuestros debates también el tema del lenguaje y convertirlo en una prioridad junto a las causas de la migración y de las respuestas racistas.
Debemos estar y mantenernos vigilantes frente a las expresiones y conceptos que asignamos a los migrantes. Pensar sobre la diferenciación que hacemos entre refugiados y migrantes ya es un buen inicio.