Notas personales sobre el 150 aniversario del nacimiento de Lenin: un revolucionario contra el capital

La importancia de Lenin y de la revolución liderada por los bolcheviques en octubre de 1917 se puede medir por los esfuerzos continuos realizados hasta nuestros días para desacreditarlos. ¿Son la inseguridad y el odio por parte de la clase dominante aún tan profundos que incluso una evaluación equilibrada es imposible? * En 1914, el

La importancia de Lenin y de la revolución liderada por los bolcheviques en octubre de 1917 se puede medir por los esfuerzos continuos realizados hasta nuestros días para desacreditarlos.

¿Son la inseguridad y el odio por parte de la clase dominante aún tan profundos que incluso una evaluación equilibrada es imposible?

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En 1914, el zar Nicolás II y el emperador de Austria, Franz Josef, compartieron la misma idea delirante: la suerte de la guerra, que siempre condujo a la desgracia de los pueblos, podía rescatar a sus respectivos imperios. Ambos precipitaron su propio colapso. No fue diferente en junio de 1917 con Alexander Fyodorovich Kerensky, Ministro de Guerra y Marina de Rusia, cuando buscaba desplegar un ejército demacrado y desmoralizado para preservar su mando en el gobierno al lanzar una ofensiva militar desesperada, lo que terminó provocando su propia caída.

Rusia sumó 1,8 millones de muertos después de la Primera Guerra Mundial. La negativa de los trabajadores, campesinos y soldados a continuar la guerra, que finalmente condujo a la Revolución de Octubre, está y estará siempre tan justificada como cualquier otro levantamiento contra las órdenes de matar indiscriminadamente.

Una anécdota dice que, durante el rodaje de octubre, que Sergei Eisenstein dirigió conmemorando el décimo aniversario de la revolución, resultaron heridas más personas que en estallido de la toma del Palacio de Invierno. ¿Fue la revolución entonces nada más que un golpe de Estado de una vanguardia dirigida por Lenin y Trotsky? Si esto hubiera sido realmente así, el poder soviético se habría derrumbado en unos meses cuando la casta militar rusa, equipada con armas y dinero extranjeros, intentó destruirlo y cuando los poderes victoriosos de la Guerra Mundial (Gran Bretaña, Francia y los EE.UU junto con Japón) desplegaron contingentes de tropas masivas para intervenir en su contra.

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En un debate caustico, no es aconsejable contrarrestar las visiones parciales con más sesgos. El éxito de la estrategia de Lenin y la revolución bolchevique se convirtió en el mito fundamental del movimiento comunista mundial, que dejó, sin embargo, varios puntos ciegos y rincones oscuros en el mapa mental de los comunistas.

La visión de Rosa Luxemburgo de la revolución se caracterizó por la simpatía y la sobriedad. En su manuscrito sobre La revolución rusa, escrito en 1918 y publicado de manera postuma, leemos: "claramente, no una apologética acrítica, sino una crítica penetrante y reflexiva, es capaz por sí sola de traer tesoros de experiencias y enseñanzas" [1]. Afirmación a la que le sigue la famosa frase que generalmente se ha citado de manera abreviada y se ha convertido en eslogan: “libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para quien piensa de manera diferente. No por ningún concepto fanático de "justicia", sino porque todo lo que es instructivo, sano y purificador en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad se desvanece cuando la "libertad" se convierte en un privilegio especial” [2].

¡Cuán diferente es esta afirmación de la revolución por parte de Rosa Luxemburgo de los elogios típicos del repertorio cultural de los comunistas bajo Stalin que circularon por todo el mundo!

Al mismo tiempo que Rosa Luxemburgo escribió su texto inédito, el comunista italiano Antonio Gramsci elogió la "victoria de Lenin y Trotsky como una "revolución contra el capital" [3], lo que quería decir dos cosas: una victoria contra la clase capitalista, pero también contra el camino de la revolución esbozado por Marx en su obra principal, que luego sirvió de base para la ortodoxia socialista. Fue contra esta ortodoxia que en el cambio de paradigma supuesto por Lenin se dio prioridad a la subjetividad revolucionaria antes del determinismo económico. Sin embargo, más de una década después, Gramsci también reconoció los límites de esta nueva estrategia y pidió en sus Cuadernos de la Cárcel reemplazar la estrategia de una "guerra de movimientos" que había tenido éxito "en el Este" con una tenaz "guerra de posiciones", que sería la forma adecuada de lucha para una sociedad capitalista desarrollada con estructuras parlamentarias democráticas [4].

La crítica de Rosa Luxemburgo y la tesis de Antonio Gramsci querían trasladar que era imposible transferir el modelo revolucionario ruso a las sociedades capitalistas avanzadas, y que el movimiento comunista tenía que reorientarse. La Internacional Comunista no llegó a este punto de vista hasta 1936, como consecuencia de la victoria del nazi-fascismo en Alemania. Pero este giro fue, en cualquier caso, solo un episodio, ya que después de la victoria sobre el nazi-fascismo, Stalin implantó en toda Europa oriental el sistema de socialismo estatal autoritario que había conceptualizado y, al hacerlo, reprimió toda resistencia dentro y fuera de los partidos.

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Sin embargo, después de la década de 1930, el problema ya no era la insuficiencia de la estrategia revolucionaria seguida por los bolcheviques, sino los métodos que se utilizaron para construir el "socialismo en un solo país". Después de su usurpación del poder en el partido y en la sociedad, Joseph Stalin puso en marcha su monstruosa máquina de terror.

Es imposible minimizar este terror justificándolo como inevitable en el contexto de un proceso de desarrollo para la recuperación del país que tuvo que ser abordado en un periodo muy corto de tiempo, o señalando la forma también violenta en que el capitalismo se estableció a través del proceso de ‘acumulación primitiva ‘. Tampoco puede relativizarse refiriéndose a los tremendos sacrificios que el pueblo soviético en la Gran Guerra Patriótica contra el nazi-fascismo.

¿Fue la deriva hacia el terror estalinista la consecuencia lógica de la implacabilidad ideológica con la que Lenin llevó a cabo la revolución? Solo podríamos aceptar esto si viéramos a las personas como máquinas y a las ideologías como logaritmos que las personas siguen automáticamente. En realidad, el camino hacia el estalinismo atravesó muchas encrucijadas: la decisión de Stalin de forzar, contra del consejo de Lenin, una colectivización precipitada de la agricultura por medio del terror; la docilidad de Trotsky al no poner las últimas cartas de Lenin, en las que advirtió sobre el poder ilimitado de Stalin, a disposición del pleno del congreso del partido; la participación de Bujarin, Zinoviev y Kamenev en las intrigas del aparato del partido, que los desacreditó y comprometió su credibilidad cuando se encomendaron públicamente a sus compañeros comunistas. Todos ellos, compañeros de Lenin, se convirtieron, con la excepción del propio Secretario General, en víctimas de un sistema en cuya construcción participaron ellos mismos. Lo mismo puede decirse, aunque con algunas excepciones notables, de los cientos de miles de cuadros de nivel superior y medio del partido gobernante y sus aparatos, cuya mentalidad conformista Trotsky describió de manera tan impresionante en su libro La revolución traicionada.

¿Fue el estalinismo el resultado de ese atraso de la sociedad rusa que Lenin lamentaba a menudo? ¿O fue consecuencia de una mentalidad paranoica que se extendió entre los bolcheviques frente al ambiente hostil que les rodeaba?

Los historiadores debatirán esto todavía durante mucho tiempo. Sin embargo, es indiscutible que el comunismo, que se comprometió a "derrocar todas las relaciones en que el hombre queda degradado, esclavizado, abandonado y despreciado” [5], fallo en construir salvaguardas contra su propio ejercicio terrorista de poder, es decir, fracasó en el nivel de los derechos humanos más elementales – aquel de la libertad frente a la persecución y la opresión.

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Pero, ¿qué significa esto para los cientos de millones de personas que lucharon en las filas de los partidos comunistas contra el (nazi) fascismo, por los derechos de la clase trabajadora y por la liberación del colonialismo?

El dominio durante décadas del partido comunista de tipo soviético dentro de la izquierda radical estaba vinculado al mito ideológico de que la división en el movimiento obrero entre un ala reformista socialdemócrata y un ala comunista revolucionaria fue el resultado de la intransigencia de Lenin, aparentemente reivindicada por la Revolución de Octubre. En realidad, la división se remonta más atrás en el tiempo. Dentro de la socialdemocracia alemana, los ortodoxos y los revisionistas ya se habían enfrentado desde 1898. en Rusia, los mencheviques y bolcheviques se separaron en 1903, y en 1915 la brecha entre los pacifistas socialdemócratas en la Conferencia de Zimmerwald anticipó la fundación de la Internacional Comunista cuatro años después.

Lo que realmente logró la revolución rusa fue proporcionar la base material para el dominio del comunismo al estilo de Lenin y Trotsky dentro de la izquierda radical, que en los años siguientes convirtió al estalinismo en la ideología del movimiento mundial.

Estas bases llegaron a su fin a finales del siglo XX. Ya en 1986, el líder histórico del comunismo italiano, Enrico Berlinguer, declaró que la dinámica desatada por la Revolución de Octubre se había agotado. Cinco años después, la Unión Soviética se disolvió. El silencio que se había mantenido durante demasiado tiempo con respecto a su deformación debería haber llevado a los comunistas a una reflexión seria y autocrítica.

Pero el deseo de emancipación del capitalismo, el patriarcado y el racismo encarnado por el movimiento comunista sigue vivo.

El estado de cosas en el que los partidos comunistas fueron los únicos en expresar este deseo ahora es cosa del pasado. En muchos países de Europa y del mundo, nuevas formaciones políticas han subido al escenario de la lucha de clases y la política.

Esto nos permite determinar el lugar de Lenin en la historia de manera más realista. La revolución que dirigió ofreció vislumbrar una nueva era, pero no la abrió. Otras revoluciones, como la china, siguieron y encajaron en mayor medida en las características y desafíos propios del siglo XX.

Rosa Luxemburgo escribió con precisión sobre la revolución rusa: “en Rusia, el problema solo podía plantearse. No se pudo resolver en Rusia” [6].

Durante un siglo, las personas que luchan por un mundo más justo se han inspirado en las ideas y estrategias de Lenin. Si se lo apropian de una manera histórico-crítica y sin ilusiones, podrían continuar cumpliendo sus objetivos.


Notas al pie

[1] Rosa Luxemburg, The Russian Revolution, capítulo 1.

[2] Luxemburg, capítulo 6. 

[3] Antonio Gramsci, La rivoluzione contro il Capitale, Avanti, 24 de noviembre de 1917.

[4] Antonio Gramsci, Prison Notebook 4, en Quintin Hoare and Geoffrey Nowell Smith (eds), Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci, New York: International Publishers, 1971, pp. 238.

[5] Karl Marx, ‘Contribution to the Critique of Hegel’s Philosophy of Law’ (1843/1844), Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, New York: International Publishers, 1975, p. 182.

[6] Ibid., 365.

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