Permitirme comenzar mostrando dónde radica el problema: en este momento, en toda la Unión Europea, hay más de 14 millones de personas desempleadas y, por otro lado, millones que han sido despedidas o que están empleadas en trabajos precarios. Y, sin embargo, solo estamos al comienzo de una crisis económica mundial, cuyo alcance y duración
Permitirme comenzar mostrando dónde radica el problema: en este momento, en toda la Unión Europea, hay más de 14 millones de personas desempleadas y, por otro lado, millones que han sido despedidas o que están empleadas en trabajos precarios. Y, sin embargo, solo estamos al comienzo de una crisis económica mundial, cuyo alcance y duración nadie puede predecir. El desempleo y la precarización son, por tanto, la mayor amenaza para la clase trabajadora. ¿Puede una izquierda socialista contentarse simplemente con consolar a estas personas con la promesa de un futuro socialista incierto? ¿O con la esperanza de que la riqueza pueda distribuirse de manera más justa en el marco de la economía capitalista una vez recuperadas las tasas de crecimiento?
Es el papel de los sindicatos dar forma a los términos financieros y legales bajo los cuales se vende la fuerza laboral en nombre de los empleados. Pero, ¿qué pasa si la fuerza laboral ya no se puede vender debido a la crisis? En áreas donde la política sindical corre el riesgo de perder su influencia, la política social se vuelve aún más importante. La crisis ambiental y la digitalización nos han sumido en una reestructuración sin precedentes del modelo capitalista.
Las sociedades en la UE (y más allá también) deben transformar sus bases industriales y de producción energética en relativamente poco tiempo para evitar las consecuencias catastróficas del cambio climático.
Al mismo tiempo, el 15% de los trabajos desaparecerán como resultado de la digitalización. Asegurar que esto no conduzca a un desempleo masivo a largo plazo y al empobrecimiento requerirá una reducción radical de las horas de trabajo sin recortar los salarios.
Sin embargo, dado que la digitalización afectará de manera diferente a los diferentes sectores económicos, el impacto probable de una reducción general de las horas de trabajo será limitado. Por ejemplo, en las profesiones orientadas a la fabricación y la producción, alrededor del 70% de los trabajos están en riesgo potencial de automatización, mientras que este porcentaje cae muy por debajo del 50% en el sector servicios.
En el futuro, no solo trabajaremos menos, trabajaremos de manera diferente y produciremos cosas diferentes.
Esto requiere cambios a nivel social (macro), pero también significará que, a lo largo de su vida laboral, las personas se enfrentarán con mayor frecuencia a la tarea de tener que buscar nuevas oportunidades de empleo y adquirir nuevas habilidades y conocimientos. Para que esto sea posible en condiciones humanitaria y socialmente seguras, no puede dejarse en manos de los mercados ni estar bajo el mando de una autoridad pública única. Las personas deben poder tomar sus propias decisiones. Es por eso por lo que se necesita una renta básica universal garantizada por el Estado, financiada con impuestos y libre de represión.
Y sí, una renta básica incondicional también supone reflexionar sobre cómo elegimos vivir juntos. Una gran parte del trabajo esencial del mundo se realiza de forma gratuita, es decir, por devoción, amor o idealismo. Ninguna sociedad podría funcionar sin la crianza de los hijos, el trabajo de cuidados, la limpieza, la construcción de relaciones o el voluntariado. Ya es hora de liberar estas actividades vitales de las limitaciones de la dependencia patriarcal. Una renta básica universal transformaría esto en un servicio que se ofrece a todos y todas por igual, por su propia libre voluntad, disponible para aquellos que nos rodean y, por lo tanto, para toda la sociedad.