La elección de la vigésima sesión del Parlamento alemán, el Bundestag, marcó el final de 16 años de cancillería de Angela Merkel. Junto con su gobierno, se ha puesto fin temporalmente a un trastorno en el sistema de partidos: después de los socialdemócratas (SPD), los democristianos y su partido hermano bávaro, la unión socialcristiana (CDU/CSU) – el último “partido popular” a la antigua usanza – ya no pueden superar fácilmente el umbral del 30% y reclamar el papel dominante en el gobierno. El sistema de partidos alemán se ha vuelto más plural.
Como era de esperar, tras las recientes elecciones estatales, un partido antidemocrático, Alternativa por Alemania (AfD), consolidó su posición. Por el momento, el sistema de partidos está dividido en un campo de partidos democráticos enfrentados a una fuerza política que desprecia repetidamente las normas constitucionales para resolver políticamente los conflictos de interés. La duración del “cortafuegos” contra quienes son antidemócratas está principalmente en manos de la CDU/CSU.
En tercer lugar, la cancillería de Merkel marca el fin de una década de “retorno del Estado” a regañadientes. En las distintas crisis desde 2008, el Estado alemán ha actuado como autoridad de rescate y protección frente a las catástrofes (provocadas por el hombre) del mercado y la naturaleza. Desde la crisis de COVID-19, en general, se ha hecho evidente que las instituciones públicas, es decir, el Estado como tal, necesitan una modernización. La composición y el programa del nuevo gobierno tendrán que decidir cómo se desarrollará la transformación hacia un “capitalismo verde”: ¿con plena confianza en las fuerzas “sin trabas” del mercado o impulsado por las inversiones y regulaciones impuestas por un Estado democrático modernizado? Los resultados de las elecciones demuestran que no hay un camino claramente favorito entre la población.
Es probable que el próximo gobierno federal esté formado por tres (sin CDU/CSU) o cuatro partidos (con ellos). El candidato a canciller de la CDU, Armin Laschet, ya insinuó en la noche electoral que nuevos modelos como el “modelo austriaco” (una coalición entre conservadores y verdes) podrían cobrar importancia. Tras la era Merkel, el equilibrio de poder político en Alemania se verá modificado. La transformación hacia un sistema multipartidista con tres partidos que ganan entre el 15 y el 25% y varios partidos entre el 5 y el 10% parece haber concluido (lo que no excluye la posibilidad de que entren nuevos partidos y desaparezcan los antiguos). La flexibilidad y la volatilidad del voto de la ciudadanía alemana sigue aumentando.
Resultados finales preliminares al Bundestagswahl (2021)
FDP: Partido Democrático Libre (Freie Demokratische Partei) – Afiliación europea: Renovación de Europa (liberales), CSU: Unión Social Cristiana (Christlich Soziale Union) – PPE (conservadores), Die Linke: La Izquierda – GUE/NGL (izquierda radical), SPD: Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) – S&D (socialdemócratas), CDU: Unión Demócrata Cristiana de Alemania (Christlich Demokratische Union Deutschlands) – PPE (conservadores).
Partido | Nº de votos (millones) | % de voto | Comparado con 2017 |
SPD | 11.9 | 25.70% | +5.20% |
CDU/CSU | 11.2 | 24.10% | -2.70% |
Greens | 6.8 | 14.80% | +5.80% |
FDP | 5.3 | 11.50% | +0.70% |
AfD | 4.8 | 10.30% | -2.30% |
Die LINKE | 2.3 | 4.90% | -4.30% |
Participación electoral: 76.6% (+0.4%)
Nota: El umbral para los escaños en el Parlamento es del 5%.
Fuente: Comisionado Electoral Federal; modificación propia.
Participación electoral y circunstancias únicas
La participación general fue ligeramente superior a la de 2017. El escenario abierto que dibujaban las encuestas obviamente impulsó la participación. El SPD, en particular, parece haber logrado movilizar a quiénes habitualmente no votan. En algunos colegios electorales, hubo mayores tiempos de espera -a pesar de una tasa históricamente alta de votos por correo-.
Las circunstancias en las que la población con derecho a voto decidió la composición del Bundestag difieren en muchos aspectos de las elecciones anteriores. Una particularidad, por supuesto, fue el resultado de la pandemia en curso y la persistencia de las regulaciones pandémicas, que han suspendido las rutinas cotidianas y promovido el aislamiento social. Tras la tercera oleada, el anhelo de estabilidad y seguridad es generalizado en la sociedad alemana. Muchas personas luchan por volver a la normalidad, y puede que hayan vivido la propia campaña como un “acontecimiento lejano y abstracto”, en palabras de Stephan Grünewald, del Instituto Rheingold.
Estas elecciones han estado marcadas por una serie de circunstancias únicas:
- La canciller en funciones no se presentó a la reelección. Por lo tanto, estaba claro que, al menos en términos de personas, habría un nuevo comienzo. Por tanto, la elección también se refería a la cuestión de cuán grande debía ser este “nuevo comienzo”.
- Por primera vez, no dos sino tres personas competían por la cancillería. Sólo Annalena Baerbock, de Los Verdes, procedía de la oposición, mientras que los otros dos candidatos, Olaf Scholz y Armin Laschet, representaban a la coalición que ha gobernado Alemania durante los últimos ocho años.
- En las últimas semanas antes de las elecciones, ningún partido iba claramente por delante. Por primera vez desde 2005, era imposible predecir quién ganaría. Esto reflejaba un cambio en el sistema de partidos.
- Por primera vez en la historia de la posguerra, una coalición de tres partidos se consideraba el resultado más probable de las elecciones. Cuatro coaliciones de tres partidos, ya probadas en los estados federales, parecían posibles.
- Dada la multitud de opciones, el carácter de las elecciones cambió: las elecciones decidirían la composición del Bundestag, no el próximo gobierno. Quién gobernará el país lo decidirán los partidos y los grupos parlamentarios. Esto refuerza un aspecto de la democracia parlamentaria que el presidente federal se sintió obligado a subrayar tras las últimas elecciones: los partidos están obligados a formar gobierno tras la jornada electoral.
Distribución de escaños
Partidos / Escaños / Comparado con 2017
SSW: Asociación de Votantes del Sur de Schleswig
El umbral del cinco por ciento no se aplica a la Asociación de Votantes del Sur de Schleswig (SSW) como partido de una minoría nacional (minoría danesa).
Fuente: Comisionado Federal Electoral; modificación propia.
Una remodelación del centro
La formación política democristiana y su homóloga bávara obtuvieron el peor resultado de su historia. La CDU cayó por debajo del 20% (18,9%), la CSU apenas superó el umbral para entrar en el parlamento (5,2%) y, en general, perdió frente al SPD por primera vez desde 2002. La CDU/CSU no sólo presentó un candidato a la cancillería que no pudo arrastrar a su partido, sino que en los últimos meses y años también perdió considerablemente en cuanto a la valoración que el electorado hizo de su competencia política.
Sin embargo, su resultado electoral estuvo por encima de sus bajos números en las encuestas, probablemente debido a la movilización de sus votantes de base aterrorizados ante la perspectiva de un “giro a la izquierda”. Tras evitarlo, la dirección política del partido se atribuyó la victoria en la noche electoral. Sin embargo, no tuvieron en cuenta que para obtener una mayoría parlamentaria frente a un gobierno de centro-izquierda liderado por el SPD con los Verdes y Die Linke, necesitarían diputados de la AfD. Por lo tanto, un mensaje oculto de la noche electoral fue también: cuando se trata de acabar con los “rojos”, la CDU cooperará incluso con la AfD.
La CDU/CSU aún podría conservar la cancillería si consigue llegar a acuerdos con los Verdes y el FDP para formar gobierno. La vuelta a la cancillería también es necesaria para mantener bajo control los conflictos internos del partido, que se han reproducido abiertamente una y otra vez desde las últimas elecciones al Bundestag, lo suficiente como para -al menos- posponer una mayor desintegración del partido. En la oposición, en cambio, sería inevitable un conflicto abierto sobre su futura dirección estratégica.
El SPD es el ganador de estas elecciones. Olaf Scholz puede reclamar la cancillería e intentar formar una mayoría de gobierno. Lo que llama la atención del éxito electoral -en comparación con las tres elecciones anteriores- es la coherencia y la unidad con la que el SPD aplicó su estrategia electoral. En los estados del este de Alemania, el SPD está claramente por delante de la CDU. En Brandeburgo obtuvo su mejor resultado, con un 29,5%. Es el segundo partido más fuerte detrás de la AfD en Turingia, con un 23,4 por ciento, y en Sajonia con un 19,3 por ciento.
El SPD adoptó desde el principio una estrategia electoral reconocidamente ofensiva, que mantuvo contra todos los pronósticos de fatalidad y el ridículo de la opinión pública. Cuando se anunció a Olaf Scholz como candidato a canciller hace más de un año, el SPD estaba en las encuestas muy por detrás de la CDU/CSU y los Verdes. Muchos se preguntaron: ¿por qué necesitaba el partido un candidato a la cancillería, aparte de por su propio ego? ¿Con quién podría Scholz formar un gobierno? Pero el SPD fue el único partido que comprendió desde el principio lo que significaría la dimisión de Angela Merkel. Como escribí en septiembre del año pasado, “si el SPD quiere expandirse y llegar realmente a la cancillería, necesita ganarse el voto de quienes votarán por Scholz en lugar de por la CDU”.
El hecho de que otras crisis -el desastre de las inundaciones, los incendios forestales y la retirada de Afganistán- se hayan hecho virulentas en torno a las elecciones puede haber reforzado aún más el impulso del “casi-responsable” del gobierno. Desde el punto de vista político, Olaf Scholz apostó por recuperar al sector socialdemócrata que apoyaba a Merkel con tres temas concretos y que podían servir de pantalla para todo tipo de proyecciones: “respeto” y “dignidad” para la gente trabajadora, un aumento significativo del salario mínimo junto con subidas moderadas de impuestos para las personas que “ganan tanto como yo o más”, y una política industrial respetuosa con el clima.
Lo que un canciller del SPD puede conseguir en esa constelación política, lo que Olaf Scholz representa “realmente”, está abierto al debate. Lo que es indiscutible, sin embargo, es que ha conseguido dar al SPD lo que su partido necesitaba con más urgencia tras una larga fase de declive: la imagen de poder ganar y tomar de nuevo decisiones estratégicas. Queda por ver cuánto durará esto más allá del día de las elecciones.
Los Verdes pueden celebrar un éxito electoral histórico -el mejor resultado de su historia en unas elecciones federales-, aunque se quedaron muy por debajo de las expectativas alimentadas por las buenas cifras de las encuestas realizadas hasta principios del verano. Con toda probabilidad, formarán parte del próximo gobierno federal y puede que tengan que lidiar con Christian Lindner como ministro de Economía, que no sólo está comprometido con el mantenimiento del “cero negro” (un presupuesto federal equilibrado) sin subir los impuestos, sino que también tiene una comprensión fundamentalmente diferente del papel del Estado en la vida pública.
Durante mucho tiempo, los Verdes estuvieron en lo alto de las encuestas. Al mismo tiempo, la experiencia ha enseñado que cuanto más se acerca el día de las elecciones, más se preguntan las personas si realmente están de acuerdo con los cambios que pretenden Los Verdes y cómo piensan llevarlos a cabo. Los Verdes, con su imagen de partido ecologista y del clima, han sido buenos para el ambiente político en varias ocasiones, pero cuando ha llegado el momento de comprometerse con sus políticas, los índices de aprobación han disminuido. Si hay que creer las encuestas, no son los votantes más jóvenes, sino los de más edad, quienes tienden a optar por la transformación más relajada hacia el capitalismo verde con la CDU o el SPD.
Las encuestas indican que una clara mayoría de la población está abierta al cambio en lo que respecta a la política climática, en distintos grados, sin duda. Pero lo que abruma y perturba a muchos es la sensación de que, como consumidores y ciudadanos, deben ser los únicos responsables de evitar la catástrofe climática. En todos los partidos, desde hace décadas, se habla de la responsabilidad personal en muchos ámbitos de la sociedad. El temor a que las políticas de Los Verdes les empujen a una espiral de sobrecarga lleva a muchas personas cuyo talante político es más o menos favorable al clima y a lo ecológico a depositar su voto en otra parte.
Pérdidas electorales de Die LINKE a nivel regional
Die LINKE bajó específicamente en el este de Alemania
-11.1 -1.74
Fuente: Grafica de Moritz Wichmann y datos del Comisionado Electoral Federal.
Consolidación en la derecha, catástrofe en la izquierda
Die Linke sufrió un resultado desastroso. Lejos de su objetivo de obtener un resultado de dos dígitos y participar en el gobierno, con un 4,9% no alcanzó el umbral para entrar en el parlamento y perdió más de 2 millones de votos, casi la mitad de los que obtuvo en 2017. De nuevo, cerca de la mitad de los votos perdidos fueron a parar a sus dos socios de coalición preferidos, el SPD y Los Verdes, según las estimaciones preliminares de Infratest dimap. Sin embargo, después de todo, como el partido pudo defender tres mandatos directos en Leipzig (Sören Pellmann) y Berlín (Gesine Lötzsch y Gregor Gysi), entrará en el Bundestag con un grupo y presumiblemente con derechos parlamentarios limitados a través de la “cláusula de mandato básico”. De este modo, se ha evitado por poco el peor de los escenarios.
En los cinco estados del este de Alemania, Die Linke sólo consiguió resultados de dos dígitos en Turingia (11,4%) y Mecklemburgo-Pomerania Occidental (11,1%). En Brandeburgo, con un 8,5%, está incluso por detrás de Los Verdes (9,0%). La media de los cinco estados es de sólo el 9,8%.
Es previsible que se produzcan duras luchas internas sobre la futura dirección del partido. A primera vista, se pueden citar las debilidades tácticas como razones del resultado electoral. En realidad, estas debilidades tácticas electorales son sólo la consecuencia de problemas más profundos y de debilidades estratégicas persistentes. Al igual que la CDU, Die Linke tampoco pudo cambiar su dirección a tiempo para las elecciones debido a la pandemia. Así, la nueva dirección del partido apenas tuvo tiempo de marcar sus propias particularidades positivas y, por tanto, de diferenciarse.
Desde el colapso del gobierno en minoría de Hannelore Kraft en Renania del Norte-Westfalia y el posterior fracaso de Die Linke en la reelección al parlamento estatal en 2012, el partido se ha enfrentado a la tarea de desarrollar una estrategia digna de ese nombre. Las estrategias tienen como objetivo horizontes temporales a medio plazo, es decir, más de una legislatura. Incluyen promesas electorales programáticas sobre principios políticos generales y normativos, respuestas a preguntas sobre qué papel debe desempeñar la maximización de votos y/o el poder de negociación política, y qué promesas electorales pueden cumplirse teniendo en cuenta el equilibrio de fuerzas entre los distintos partidos. Probablemente, estas consideraciones no faltan en Die Linke, al contrario. Lo que falta, sin embargo, es un centro estratégico que pueda aglutinar a la gente activista del partido en torno a una estrategia que les permita persuadir a las personas con derecho a voto para que apoyen el programa del partido. Esta es la tarea que la dirección del partido tendrá que llevar a cabo en los próximos dos años: reconocer y solucionar los “errores de los últimos años” y “volver a desarrollar el partido”, como declaró el domingo por la noche la copresidenta del partido, Susanne Hennig-Wellsow.
Los Demócratas Libres (FDP) entran en el nuevo Bundestag con un sólido resultado de dos dígitos. De nuevo, debe su victoria a una campaña en torno al líder del partido, Christian Lindner. Llama la atención que sus votantes atribuyan al partido una competencia considerable en materia de “digitalización”, especialmente los votantes jóvenes (hombres). Al mismo tiempo, en los últimos años ha surgido una pequeña “ala” social-liberal como antítesis de la concepción del Estado y la libertad que promueve Christian Lindner: el Estado como un monstruo burocrático que hay que reducir y domesticar.
El FDP se las arregló para presentarse como un crítico moderado de los derechos civiles de las medidas pandémicas. Al hacerlo, pisó una fina línea entre los derechos civiles liberal-democráticos y el desprecio libertario por el Estado, que considera toda actividad estatal como una amenaza a las libertades del vaquero del libre mercado. Pero, sobre todo, el FDP de Lindner se benefició de la debilidad de la CDU/CSU y de la fuerza del SPD: la CDU/CSU ya no parecía lo suficientemente fuerte como para designar al canciller en una alianza de dos partidos (con Los Verdes), mientras que el SPD se hizo lo suficientemente fuerte en las encuestas como para designar al canciller en una alianza de tres partidos. En ambos casos, el FDP desempeñaría un papel central: junto con Los Verdes, podría convertir a Armin Laschet en canciller y evitar un “gobierno de izquierdas” bajo Olaf Scholz. Hacía tiempo que no se atribuía al partido del libre mercado tanta importancia en la fase previa a unas elecciones. Lindner alimentó esta importancia con sus demostrativas ambiciones para el puesto de ministro de Economía. En 2021, es mejor gobernar mal que no hacerlo.
Con pequeñas pérdidas, la AfD entra por segunda vez en el Bundestag alemán. Probablemente ya no será el mayor partido de la oposición (a menos que el SPD y la CDU vuelvan a formar una coalición). En Turingia, donde el partido está dirigido por el conocido ultraderechista Björn Höcke, se convirtió en el partido más fuerte con un 24% (y 5 escaños directos), así como en Sajonia con un 24,6% (y 10 mandatos directos). En los otros tres estados del este de Alemania, su resultado osciló entre el 18% y el 19,6%.
Los resultados de la AfD -junto con los resultados de las elecciones estatales, que han llevado a un retorno al parlamento ligeramente debilitado- muestran que el partido se ha establecido en el sistema de partidos y ha logrado construir un núcleo de electorado. Este núcleo electoral en muchas regiones del país parece estar vinculado a la formación de sus propios medios políticos, que, al aislarse del flujo de información social y del debate público, han creado sus propios canales de información, convicciones de grupo y realidades. Después de las elecciones al Bundestag, el partido decidirá su futuro camino: la transformación en un partido parlamentario que busca formar parte de un bloque conservador, o continuar como un partido-movimiento que aprovecha cada protesta emergente contra las políticas estatales como una oportunidad para la radicalización y la hostilidad hacia la democracia.
¿Cuáles son las principales preocupaciones de quienes votan?
Cuando se preguntó a la población (durante el día de las elecciones) qué les preocupaba “mucho”, se les dió a elegir entre varios temas que se correspondían en gran medida con las divisiones partidistas: la preocupación de que vengan demasiada población extranjera a Alemania era compartida por quienes siguen al FDP y a la AfD; la preocupación de que el Islam tenga demasiada influencia era compartida por la mayoría de votantes de la AfD, en menor medida por el FDP y la CDU/CSU, y también en cierta medida por votantes del SPD. La preocupación por el nivel de vida se concentró entre votantes de la AfD, al igual que la preocupación por que Alemania cambie demasiado. La preocupación por las consecuencias del cambio climático unió a la ciudadanía afín a Die Linke con la afín a la CDU, y también fue ligeramente predominante entre el FDP, pero ya no entre la AfD.
A pesar de todos los debates en torno a la división social, la creciente brecha entre ricos y pobres y la amenaza al centro social, la mayoría de votantes consideró que las cosas son “más justas” que injustas en Alemania. Más de dos tercios de la gente afín a la CDU/CSU, los Verdes y el FDP eran de esta opinión, junto con una ligera mayoría de quienes siguen al SPD. Sólo la gente partidaria de Die Linke y la AfD ven las cosas de forma radicalmente distinta. Por lo tanto, un futuro gobierno federal, ya sea dirigido por el SPD o la CDU, sería un gobierno cuya base social considera que el orden social existente es “bastante justo”.
La situación es diferente cuando se trata de la distribución de la riqueza (económica). Aquí, el 77 por ciento de toda la gente encuestada y entre el 57 por ciento de la población afín a la CDU/CSU y el 96 por ciento de la gente que apoya a Die Linke dice que la riqueza no se distribuye de forma justa. ¿Cómo es posible que sólo el 45 por ciento de la población (o el 19 por ciento de quienes siguen a la CDU/CSU) piense que todo es bastante injusto en Alemania, pero que al mismo tiempo el 77 por ciento (y el 57 por ciento de la gente votante de la CDU/CSU) diga que la riqueza está injustamente distribuida? La distribución injusta de la riqueza no hace tambalear la opinión de que el orden social en su conjunto es justo (y, por tanto, legítimo).
Estas aparentes contradicciones en la conciencia cotidiana continúan cuando se les pregunta si les gustaría ver “algunas correcciones de rumbo” (51 por ciento), un “cambio fundamental” (40 por ciento) o “que todo siga esencialmente como está” (6 por ciento) para el futuro del país. Aunque un 21 por ciento más desearía un “cambio fundamental” en comparación con 2017, esta cifra está más o menos al mismo nivel que en 1998 y 2009, pero es inferior a la de 2005. En la actualidad, el deseo de un cambio fundamental está muy polarizado según las líneas partidistas: las personas partidarias de Die Linke, los Verdes y la AfD desearían que esto ocurriera en dos tercios o más, y solo una minoría de gente afín a los demás partidos.
Sin embargo, las razones de la decisión electoral no se encuentran necesariamente en estas opiniones, preocupaciones y deseos. Según Infratest, el 48% de la gente que votó al SPD dice que sin Olaf Scholz no habrían votado al SPD. Esto se corresponde aproximadamente con las cifras de las encuestas de finales de 2020 y principios de 2021.
¿Qué viene después?
Independientemente de quién acabe formando el próximo gobierno en Alemania, éste tendrá que hacer frente a una serie de cuestiones políticas que fueron tratadas más o menos como “elefantes en la habitación” durante la campaña electoral:
- Personas refugiadas y migración: la inmigración de trabajadores (con cualificación), su integración y su estatus legal se abren paso en la agenda política ante la estructura de edad de la mano de obra nacional, la inmigración en el mercado laboral y la política de refugio y asilo no resuelta.
- La democracia como forma de vida: el tono cada vez más crudo de la vida política cotidiana y las amenazas a figuras políticas locales hasta llegar a los llamamientos al asesinato y a la muerte ponen en peligro la resolución democrática de los conflictos en la sociedad y, junto con las burbujas de comunicación identitaria, promueven la exclusión mutua en lugar del compromiso. El principio deliberativo y democrático de que la otra parte también podría tener razón se comparte cada vez menos, y se abandona la base de un debate democrático, que es el reconocimiento de una realidad común.
- El futuro de las pensiones y la financiación del Estado del bienestar: la generación del “baby boom” apenas ha empezado a jubilarse. En relación con la mayor digitalización del mundo laboral, por un lado, y la política climática, por otro, los conflictos a lo largo del eje temporal “para hoy/para pasado mañana” llegarán a su punto álgido. En otras palabras: en los próximos diez años habrá que ganar más votantes para proyectos políticos cuyos frutos no vivirán para verlos.
- Europa y la UE como marco de actuación: en realidad es indiscutible que tareas centrales como las personas refugiadas y la migración, la política energética y climática y las infraestructuras públicas (digitales) sólo pueden abordarse en un marco europeo. Sin embargo, en la campaña electoral se evitaron cuestiones centrales para el desarrollo de la Unión Europea: una comunidad de inversiones, una unión de transferencias, una política de negociación colectiva europea, etc.
- Política exterior alemana: se pospuso el debate sobre las lecciones que hay que aprender de la guerra de la OTAN en Afganistán (con mandato de la ONU) con participación alemana, aunque es obvio que Estados Unidos mantendrá su cambio de actitud hacia la OTAN, iniciado por Obama y reforzado por Trump, también con el nuevo presidente Biden. ¿Qué significa esto para el papel de Alemania en el mundo y para la política exterior estratégica europea?
El próximo gobierno se enfrentará a la tarea de poner en marcha en cuatro años grandes iniciativas que tendrán un impacto masivo en las condiciones de vida de dentro de 20 o 30 años (y más allá). Incluso si esta tarea se abordara con valentía, nada hace pensar que el equilibrio político de poder se estabilice bajo unas intensificadas condiciones de transformación. De hecho, es muy posible que el próximo gobierno sólo sea un gobierno de transición.
Publicado originalmente en la página web de la Fundación Rosa-Luxemburg (modificado).